Ana I

Ana Estuardo reinó en Inglaterra, Irlanda y Escocia en el siglo XVIII, convirtiéndose en la primera reina de Gran Bretaña cuando Escocia e Inglaterra se unieron en un solo reino y en la última de la casa de los Estuardo en su rama inglesa que gobernó el país.

Nacida en Londres, ella y su hermana María fueron los únicos de los ocho hijos de los duques de York que consiguieron llegar a la edad adulta. Cuando contaba con siete años, su padre anunció públicamente su conversión al catolicismo, aunque como orden directa del rey Carlos II las niñas fueron educadas como protestantes.

Con veintiocho años contrajo matrimonio con un príncipe de Dinamarca, algo que no resultó del agrado de nadie de fuera de la familia debido a los orígenes franceses del noble. Tuvieron diecinueve hijos, pero ninguno de ellos llegó a la edad adulta. De hecho trece de los vástagos fueron abortos o nacieron muertos, y quien más edad logró alcanzar fue María que no llegó a los dos años, y el último de sus hijos, Guillermo, que murió con once años.

A pesar de los esfuerzos de su padre por convertirla al catolicismo, Ana mostró una gran adoración y devoción por la iglesia anglicana inglesa. Entonces su padre, ya como rey, trató de hacer de la tolerancia religiosa una constante en el reino, pero los súbditos no acogieron la medida con agrado, algo que llegó a un punto álgido cuando nació un hijo varón en lo que parecía una más que evidente dinastía católica en Inglaterra.

La hermana de Ana y su marido invadieron la isla para destronar a su padre, aunque Ana trató de mantenerse al margen en todo momento. María y su esposo Guillermo pasaron entonces a gobernar,  y cuando María murió, Guillermo siguió en el trono manteniendo a Ana en su puesto de nobleza pero al margen de todo lo que tuviera que ver con el gobierno.

Tras la muerte de su cuñado, Ana fue coronada reina y nombró a su marido Gran Lord Almirante, poniéndolo a cargo de la Marina Real Británica.

Durante los años de su reinado se intentó en varias ocasiones fusionar los reinos de Inglaterra y Escocia, aunque los escoceses no fueron consultados y firmaron un acta que estipuló que si la reina moría sin descendencia (algo más que probable) se guardaban el derecho de elegir a su rey entre los descendientes de la casa real escocesa, algo que la reina aceptó para garantizar la unidad de los dos reinos.