Domenichino

Fue entrenado en la academia de Lodovico Carracci y en 1602 estuvo en Roma, donde se unió a los artistas boloñeses en la decoración del Palacio de Farnese. Fue contratado por el cardenal Pietro Aldobrandini para decorar una habitación en la Villa Belvedere en Frascati con frescos mitológicos y por el cardenal Farnese para pintar una capilla en la abadia de Grottaferrata. Ambos frescos reflejan el espíritu de Carracci, aunque sus patrones más rígidamente clásicos se revelaron en las Escenas de la Vida de Santa Cecilia que Domenichino pintó entre 1615 y 1617 para la iglesia San Luis de los Franceses y que están entre sus obras más exitosas. Su retablo de la Última Comunión de San Jerónimo (1614) muestra su preocupación por representar precisas expresiones faciales y por la agrupación de figuras estrechamente unidas.

Entre 1617 y 1618 Domenichino pintó para el cardenal Aldobrandini el famoso lienzo de La Cacería de Diana, que fue tomado por el Cardenal Scipione Borghese. Este trabajo muestra que era un colorista sensible, y su ambiente idílico proviene del árido clasicismo de sus frescos. Entre 1624 y 1628 estuvo ocupado con las pechinas y el ábside pintados al fresco en Sant'Andrea della Valle. 

Aunque la obra de Domenichino siguió siendo muy solicitada, existía una cierta reacción contra el rígido clasicismo de su estilo y en los últimos trabajos que produjo en Roma -cuatro pechinas con frescos en San Carlo ai Catinari (1628-30) y el Martirio de San Sebastian en San Pedro, ahora visible en Santa Maria degli Angeli- trabajó en un estilo más amplio y menos clásico. Este acercamiento más cercano al Barroco también es evidente en Escenas de la vida de San Jenaro (1631-41). En Nápoles, su estilo era menos aceptable de lo que había sido en Roma, y fue víctima de sistemática persecución por parte de artistas locales, como José de Ribera.

Desde los siglos XVII y XVIII, las pinturas de Domenichino fueron consideradas las segundas después de las de Rafael, pero a mediados del siglo XIX cayó en desgracia. Su importancia como clasicista barroco fue reconocida nuevamente solo en el siglo XX. Su obra está marcada por composiciones lúcidas y equilibradas, incluso luces serenas y colores apagados, y las expresiones sobrias y gestos sobrios de sus figuras. Domenichino también ocupa un lugar importante en la historia de la pintura de paisajes ya que su trabajo tuvo una profunda influencia en los paisajistas clásicos Nicolas Poussin y Claude Lorrain.