Fancisco Solano López

Poco después de la muerte de Carlos Antonio López, un Congreso sumiso ratificó la elección de su hijo Francisco como presidente. Hombre de fuerte voluntad y acostumbrado a mandar, López disfrutaba de la buena vida y no se privaba de nada. Bajo y fornido, se vestía  con ropas finas y uniformes de fantasía. Socialmente  podía ser un anfitrión pulido, encantador; pero para los subordinados era un tirano intimidante.

Durante sus primeros dos años como presidente, López continuó las políticas internas de su padre, especialmente la promoción de la agricultura, pero los asuntos exteriores lo sobrepasaban. Imposibilitado de prever una solución pacífica a las demandas de Brasil sobre Uruguay y temiendo tanto a Brasil como a Argentina, intensificó los preparativos militares. Napoleon Bonaparte era su héroe y a pesar de no tener prácticamente ningún entrenamiento militar, López se creía un gran estratega.

López se convirtió inexorablemente implicado en el embrollo de Uruguay, desafiando al imperio brasileño antes de estar completamente preparado, y en noviembre de 1864 precipitó lo que en pocos meses se convirtió en la Guerra de la Triple Alianza, también conocida como la Guerra del Paraguay. A finales de 1864  envió una expedición hacia el norte, que derrotó a las tropas brasileñas en Mato Grosso y capturó grandes cantidades de material. En la primavera López le declaró la guerra a Argentina, que le había denegado el permiso para cruzar su territorio, invadió la provincia de Corrientes con 25, 000 hombres, y envió un segundo ejército de 12, 500 hombres por el río Uruguay. Generales tímidos y una pobre logística provocaron esta guerra relámpago planificada para fracasar, con la pérdida de toda la expedición al Paraná. A partir de entonces López estuvo a la defensiva en una horrible guerra que se prolongó hasta que más de la mitad de la población del Paraguay hubo perecido.

A mediados de 1868 López se convenció de que su familia estaba involucrada en una conspiración para derrocarlo. A partir de entonces, hasta que las tropas brasileñas lo mataron en Cerro Corá en el noreste de Paraguay el 1 de marzo de 1870, el Presidente Mariscal torturó y ejecutó a cientos de sospechosos, desertores, extranjeros y prisioneros de guerra.

Los paraguayos en general han perdonado a López su crueldad salvaje, ya que le atribuyen un fiero amor por el país para el que ningún sacrificio era demasiado grande. En 1908 un joven romántico, Juan E. O'Leary, cuya madre había sido víctima de López, pidió el fin de los rencores heredados de la guerra y comenzó la apoteosis de López. Un gran desfile en Asunción en 1926 celebró el centenario del nacimiento del Mariscal, y sus restos reposan ahora en el Panteón Nacional de los Héroes.