José Asunción Silva

Silva no era feliz en la escuela de la aislada, melancólica y provinciana Bogotá. Sus compañeros de clase envidiaban su inteligencia y se burlaban de sus modales y su apariencia. Él ya era un dandy en una edad precoz. A los doce años, vestía traje de terciopelo, guantes de cuero, corbatas de seda, un reloj de plata colgando de una cadena de oro, y tenía una caja de marfil para sus tarjetas de visita. Naturalmente, se le dio un apodo que se le pegó: 'José Presunción'. Pero había otra razón más poderosa para la tristeza que impregnaría su poesía. La muerte perseguía a su familia; un tío se había suicidado, su abuelo paterno había sido asesinado, y a los diez años, cuando escribió su primer poema, había sido testigo de la muerte de tres de sus cinco hermanos.

A los diecinueve años, el poeta viajó a París, donde se dedico con voracidada la lectura y se dice que conoció a Stephane Mallarme. Regresó once meses después, cargado de libros y cada vez más dandy, alabando a los decadentes simbolistas por su culto a la muerte, perspectiva aristocrática, tendencia a sugerir en lugar de nombrar, uso de las palabras por su valor sonoro, autoanálisis excesivo e idealismo místico. Inspirado por Edgar Allan Poe, pensó que el "logro final de un poeta sería una música perfecta". Sin embargo, rechazó los "paraísos artificiales" y las complejas sugerencias e imágenes de algunos simbolistas y parnasianos. Experimentó con ritmos innovadores para expresar mejor su experiencia íntima y emocional, pero su estilo poético permaneció inalterado y natural.

Durante su ausencia, en su país se había librado una guerra civil que afectó gravemente los asuntos de su padre. A su muerte, un año después, Silva se convirtió en el jefe legal de la familia y tuvo que enfrentar, con muy poco dinero, cincuenta y un demandas por un procedimiento de bancarrota. Durante este tiempo, publicó muy pocos poemas. Fueron años de gran sufrimiento en la pequeña ciudad, sofocada por su atmósfera, "más propicia para la locura" según un amigo suyo.

Otra gran desgracia fue la muerte, en 1891, de su querida hermana Elvira. Se dice que tenía una fijación incestuosa con ella y que, inspirado por su muerte, escribió el tercer 'Nocturno', su poema más famoso. Sobre la base de esto y otros, se hizo conocido como uno de los primeros modernistas, el movimiento que, liderado por el nicaragüense Rubén Darío, revolucionó la poesía escrita en español.

La adversidad persiguió a José Asunción Silva. Después de unos meses felices en Caracas, durante los cuales escribió el primer borrador de su curiosa novela, De sobremesa, perdió éste y otros manuscritos en un naufragio durante su regreso a Colombia. Abatido, no regresó a su puesto diplomático en Venezuela, sino que trabajó febrilmente en la reconstrucción de su novela, suicidándose en 1896, antes de cumplir treinta y un años.