San Martín de Porres

Siempre fue un niño muy inteligente sintiendo gran atracción por la medicina. De muy joven llegó a aprender las primeras nociones en la droguería ambulatoria de sus vecinos. En esa época ser barbero tenía mucha relación con la medicina y por largo tiempo ejerció esta carrera doble.

Con quince años de edad pidió ser admitido como donado en el convento de los dominicos de Rosario en su ciudad natal. Por ser donado en el convento le daban los trabajos más humildes de la comunidad, por ello es recordado con la escoba, símbolo de su humilde servicio. Cuando los superiores conocieron su gran caridad, le dieron también el oficio de enfermero, la comunidad tenía 200 religiosos, pero tanto los criados como los religiosos de otras órdenes, informados de las habilidades de Martín, acudían a Lima para ser curados.

Muchos años se dedicó a atender a los enfermos pobres y recién el 2 de junio de 1602, nueve años después de servir a la orden como donado, se le concede la profesión religiosa y pudo hacer sus votos de pobreza, obediencia y castidad. Martín hacia mucha penitencia, dormía debajo de unas escaleras, sólo unas horas y comía lo indispensable. Pasaba la mitad de la noche rezando a un crucifijo grande que había en el convento y ante el Santísimo Sacramento y arrodillado ante la imagen de la Virgen María pasaba tiempo muy largos rezando con fervor.

Su santidad fue manifestada lejos del monasterio, recibió extraordinarios carismas como la profecía, éxtasis y la bicolación. Este último se reconoció, ya que según testigos afirmaron que lo vieron en Lima y otros al mismo tiempo en  África, en China y en Japón, dando ánimos a los misioneros con problemas. Varias ocasiones salían del convento para atender a sus enfermos y luego regresaba ingresando sin tener llave y sin que nadie le abriera. Fue visto en éxtasis y levantado en el aire muy cerca de un gran crucifico del convento. Muchos teólogos, obispos y autoridades civiles lo buscaban para pedirle consejos. Dios lo libró más de una ves de la presencia de enemigos que aparecían en su habitación para hacerle daño, haciéndolo invisible.

Los frailes se quejaban de que Fray Martín quería convertir el convento en hospital, ya que los enfermos iban en aumento y ya no había lugar en donde acomodarlos. Por ello con la ayuda de mucha gente pudiente de la ciudad, fundó el “Asilo de Santa Cruz” para reunir a todos los huérfanos y limosneros y ayudarles en su penosa situación.

Se le atribuyen muchas curaciones y miles de milagros, a veces sólo bastaba el ferviente deseo de que el Fraile llegara, para que la cura se realizara. Sus conocimientos eran avanzados para sus tiempos, y cultivaba las plantas medicinales que empleaba en sus curaciones. Fray Martín era amigo de Santa Rosa de Lima, terciaria dominica, varias veces se visitaron y conversaron de diversos temas.

Cuando tuvo 60 años, enfermó y supo que moriría de esa enfermedad. Toda Lima quedó conmocionada y el mismo Virrey de aquella época lo visitó en su lecho para besar su mano.

Murió el 3 de noviembre de 1639, besando el crucifijo que estuvo a su lado durante sus últimos días. Toda la ciudad acudió a su entierro y los milagros por su intercesión se multiplicaron. Fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 y recibió la canonización el 6 de mayo de 1962 por el Papa Juan XXIII.