Alfonso I El Batallador

Alfonso de Aragón, rey de Aragón y Pamplona, fue hijo del rey Sancho y fue nombrado rey tras la muerte de su hermanastro Pedro I. Durante su gobernación, la extensión del reino se duplicó al conseguir vencer a los musulmanes y conquistar Zaragoza. Con su matrimonio con la reina Urraca I de León se hizo llamar Emperador de León y rey de toda España, pero los nobles leoneses forzaron para que el matrimonio fuera anulado cuando el monarca podía decir que sus dominios incluían los reinos de Aragón, León, Toledo, Navarra y Castilla.

Al no ser un hijo primogénito y tal como solía ser la costumbre de la época, Alfonso pasó sus primeros años a cargo de los monjes que llevaban el monasterio de Siresa, en el Pirineo de Huesca, en el que recibió formación cultural y militar con la mirada puesta en ser formado como un señor feudal en vasallaje de su hermano Pedro. Luchó junto a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, en la expedición de Valencia contra los almorávides.

A pesar de no estar llamado para ser rey, con la muerte de su padre y su hermano Fernando, Pedro también perdió la vida, y al no tener herederos porque también estos habían muerto, fue alzado como rey de Aragón, Pamplona y los reinos colindantes. Alfonso tuvo que luchar muy duro por conseguir mantener los límites del reino y ampliarlos, ya que no disponía de armamento para realizar asedios y los gobernantes extranjeros no mostraban ningún interés por apoyarlo salvo los Condes de Urgel y Génova que aportó algunas veces algo de armamento. Pero nada más comenzar su reinado empezó a dar los pasos previos a la conquista de plazas de importancia como Zaragoza, reforzando algunos castillos cercanos a la ciudad.

Los religiosos borgoñones asentados en el camino de Santiago pusieron en peligro el reino, ya que tenían bajo su dominio varios territorios en franca oposición a la corona de Aragón. Sin embargo, fomentó el uso del camino de Santiago para el comercio, creando un paso franco y libre de impuestos, lo que le valió hacerse con la antipatía de los señores feudales, que se valían del pago de impuestos como forma de enriquecimiento y control.

Tras su muerte, se leyó el testamento del rey, que dejó todas sus posesiones en favor de Dios, dejando como herederos de todos sus dominios a los caballeros militares de la orden del Temple, los Hospitalarios y del Santo Sepulcro de Jerusalén.