Gertrudis Gómez de Avellaneda fue una poetisa española que nació en Santa María de Puerto Príncipe, hoy Camagüey (Cuba), el 23 de marzo de 1814. A pesar de haber nacido en Cuba que en ese momento era colonia española, Gertrudis vivió en España desde los veintidós años y allí desarrolló toda su actividad literaria. De hecho, se negó a participar en un álbum de poesía cubana alegando no merecerlo por haber desarrollado toda su carrera literaria fuera de la isla. Esto provocó más de un enfado entre sus compatriotas, interpretándose la negativa de la autora como desdén y desprecio.
Hija de españoles, la joven Tula, nombre con el que siempre se la conoció familiarmente, vió morir a su padre en sus manos con tan solo ocho años. La boda de su madre apenas un año después marcaría profundamente a la niña. En estos primeros años en Cuba, se sabe que se formó literalmente a partir de una rica lectura de literatura francesa y española.
En 1836 viajó a España con su familia. A su llegada, tomó contacto con las obras más recientes de la literatura española. Conoció así a los autores románticos con los que no tardaría en alternar en Madrid. Su belleza e inteligencia, la llevaron a ser admirada de manera especial por un mundo literario formado casi exclusivamente por hombres. Escribió para periódicos de Sevilla y Cádiz, bajo el seudónimo de La Peregrina. En 1840 estrenó en Sevilla su primera obra teatral: Leoncia. Comienza allí su primera novela, Sab, publicada al año siguiente en Madrid. En Sevilla también conoció al joven Ignacio de Cepeda, del que se enamoró apasionadamente y al que dedicó, además de numerosas cartas, una autobiografía. Como ocurriría con frecuencia a lo largo de su vida, la pasión que puso en esta relación sobresaltó al joven, poco acostumbrado ciertamente a un personaje tan volcánico como Tula, dado el papel silencioso al que la sociedad sometía a la mujer.
Para alejarse del desengaño amoroso, viajó a Madrid donde publicó sus poemas (1840). Ese mismo año se presentó en el Liceo artístico de Madrid y pasó a formar parte del mundo literario de la capital. El hecho de ser la única mujer en un mundo masculino le crearía problemas de convivencia con varios de sus compañeros. Con frecuencia se dice que la crítica a su carácter venía dada por su condición de mujer, asumiendo una masculinidad implícita que, dadas las circunstancias, no tenía nada en particular, ya que la autora se movía sola en un mundo en el que pocas veces se había alojado a mujeres y cuyos miembros no estaban en absoluto preparados para tratar con ellas.
Sus amores, miserables y apasionados, subrayan la tormentosa relación que mantuvo con el poeta y político Gabriel García Tassara, con quien tuvo una hija, Brenhilde, que falleció a los siete meses de edad. Estos amores comenzaron en 1844, año de su tercera novela, Espantolino, y su tragedia, Munio Alfonso. La niña nació al año siguiente y Tassara abandonó a Gertrudis al verla en el lecho de muerte de la niña.
Al año siguiente, 1846, Tula contrajo matrimonio con Pedro Sabater, jefe político de Madrid (jefe político era en ese momento el equivalente del actual gobernador civil), que falleció tres meses después de una enfermedad crónica de la garganta. Tras pasar una temporada de retiro en un convento, regresó a la vida literaria madrileña. En 1855 se volvió a casar, esta vez con Domingo Verdugo, un coronel tres años menor que ella. Tuvo poca felicidad en este nuevo matrimonio. En 1858, tras un altercado en la calle resultó gravemente herido y nunca recuperó la salud hasta su muerte en 1863.
Los diez años restantes de la vida de Gertrudis estuvieron dedicados a la literatura, aunque con poco éxito, dado que el romanticismo no dudó en pasar de moda en España. Murió de diabetes que padeció en sus últimos años.
Su obra comprende tanto poesía como novela y teatro, pero fue especialmente conocido por su poesía. Su verso se caracteriza por la audacia métrica y el gusto por los epítetos coloridos. No son obras acabadas y pulidas, sino fruto de un alma romántica y apasionada, que les da un interesante impulso vital. De su obra narrativa se destacan: Guatimozin, último emperador de México (1846) y El cacique de Turmequé (1860). Su obra dramática es digna de mención, además de las mencionadas, Egilona (1845), Saúl (1849), Errores del corazón (1852), El aventurero (1853), La Sonambula (1854) y Baltasar (1858).