Atila

A principios del siglo V, Roma concluyó un tratado de paz con el rey Rua, tío de Atila, por el que la Urbe debía pagar un tributo anual de 160 libras de oro; además ambas partes mantendrían rehenes de alto rango como garantía. Entre los rehenes estaba Atila, enviado a vivir a Rávena, en el Imperio Romano de Occidente. Allí, el futuro rey de los hunos aprendió latín y se convirtió en testigo ocular de la decadencia y la corrupción del Imperio Romano. Durante su estancia, Atila comenzó a despreciar las costumbres decadentes de los romanos, madurando al mismo tiempo un fuerte odio, que lo convertiría en el más peligroso enemigo de Roma.

Atila tenía veinte años, cuando regresó a su pueblo. Participó en numerosas invasiones provocadas por su tío Rua. A la muerte de Rua, en el año 434, Bleda, el hermano de Atila, se convirtió en rey a los 27 años: Bleda adquirió de inmediato una reputación de líder militar despiadado.

Gracias a un acuerdo favorable con los romanos, Bleda y Atila dejaron los territorios de Constantinopla que se encontraban inicialmente en su punto de mira. Los hunos no tuvieron enfrentamientos con los romanos durante los siguientes cinco años; apuntando a la invasión de Persia. Una derrota en Armenia los obligó a renunciar a la conquista de los territorios persas. 

En el 440, de nuevo en las fronteras del Imperio Romano, atacaron a los comerciantes de la orilla norte del Danubio, amenazando así con una nueva guerra. Atravesaron el río y devastaron la ciudad de Iliria. El ejército de los hunos, después de haber saqueado Margus y Viminacium ocupó Sigindunum (hoy Belgrado) y Sirmio (hoy Sremska Mitrovica), sólo para suspender las operaciones militares. Hubo un período de calma hasta el 442, cuando Teodosio llamó a las tropas del norte de África y ordenó que se acuñara una nueva moneda, con el fin de financiar una acción ofensiva contra los hunos.

En respuesta, Atila y Bleda reanudaron la campaña de invasión en el 443. Hicieron incursiones a lo largo del Danubio sometiendo a los campamentos militares con el uso de arietes y torres de asedio, equipos militares de moderna concepción. Los hunos enfrentaron y derrotaron al ejército romano a las puertas de Constantinopla, y sólo los detuvo la falta de medios de combate para vulnerar los enormes muros que fortificaban la ciudad. Teodosio reconoció su derrota. Satisfechos sus reclamos por un tiempo, los hunos regresaron a su imperio. 

Alrededor del 445 Bleda murió y Atila se convirtió en el único rey; líder y conductor indiscutido de los hunos, que de nuevo dirigió a sus objetivos expansionistas hacia el Imperio Romano de Oriente.

Donde quiera que llevara su ejército, las consecuencias eran devastadoras: Atila masacraba rehenes y prisioneros; también durante las retiradas se perpetraban todo tipo de torturas y violencias: las leyendas que surgían sólo servían para acrecentar la popularidad y el ego de Atila. Sus métodos salvajes y brutales, le crearon una reputación de crueldad tan grande que era suficiente decir su nombre para aterrorizar a los habitantes de la ciudad a la que dirigía sus tropas, suprimiendo cualquier resistencia y logrando que le abrieran las puertas sin luchar.

Después de atravesar las tierras germánicas y francesas, Atila  avanzó sobre Trieste, asediando durante tres meses una ciudad fortificada de Aquilea de gran importancia estratégica: su posesión, de hecho, permitía controlar gran parte del norte de la península itálica. Logrado su cometido, Atila arrasó la ciudad sin dejar ningún rastro de su existencia. Luego se dirigió hacia Padua, que saqueó por completo. Antes de su llegada muchos habitantes de la ciudad buscaron refugio en los pantanos, donde darían vida a la ciudad de Venecia. Ninguna otra ciudad se resistió y Atila pudo avanzar sin dificultad sobre Milán.

tras conquistar Milán, se instaló durante algún tiempo en el palacio real. A continuación, expulsado de Rávena el emperador Valentiniano III, dejó Italia y regresó a su palacio atravesando el Danubio. Planificó un nuevo ataque a Constantinopla, pero murió a principios de 453 (probablemente el 16 de marzo). Los guerreros hunos de Atila, después de descubrir su muerte, se cortaron sus largas  melenas y se marcaron con sus propias espadas en señal de luto. El Rey Atila fue enterrado en un triple ataúd de oro, plata y hierro con el botín de sus conquistas; el cortejo fúnebre fue asesinado para mantener en secreto el lugar de su sepultura. Según algunas leyendas húngaras, el sarcófago se encontraría entre el Danubio y el Tisza, en Hungría.

El último y más poderoso gobernante de los hunos, gobernó un vasto imperio que se extendió desde el centro de Europa hasta el Mar Caspio, y desde el Danubio hasta el Báltico,  reuniendo - por primera y única vez en la historia - a la mayoría de los pueblos bárbaros de Eurasia del Norte, desde los eslavos a los alemanes, los llamado fino-finlandeses.

Aunque su reinado duró sólo ocho años, en este período inspiró tal terror que todavía hoy su nombre es un símbolo de muerte y destrucción. Apodado "el azote de Dios" por su ferocidad, se dice que la hierba no volvía a crecer donde él había pisado. Incluso hoy en día es considerado uno de los personajes más malvados de la historia.

A pesar de que su imperio se disgregó con su muerte, se convirtió en una figura legendaria de la historia europea, que se recuerda de forma diferente dependiendo del área: guerrero feroz, codicioso y cruel en el área dominada por Roma; líder audaz y valiente de los países que formaban parte de su imperio. En algunos cuentos es celebrado como un rey grande y noble y es el personaje principal de tres sagas noruego-islandesas (Etzel, en la Saga nibelunga; Atli, en la Saga de Volsunga; y finalmente, en la Edda Poética).